Foto: Adela Legrá | Facebook
Texto: Redacción Cuba Noticias 360
La suerte y el destino quisieron que un día, Adela Legrá y Humberto Solás se cruzaran durante un trabajo voluntario en Baracoa. Ella, natural de Caimanera, era una joven veinteañera y campesina; él, un director desconocido que buscaba un rostro para su primer largometraje.
Ese encuentro le cambió la vida a Adelaida López Legrá, y le cambió también el nombre. Fue ese instante el culpable de que ella fuera la elegida para convertirse en “el rostro del cine cubano”.
Quizás estaba escrito que estos dos grandes se cruzaran, en pleno campo. Él buscaba el talento; a ella quizás sin saberlo, le sobraba.
En entrevistas posteriores, Legrá ha contado que en ese momento trabajaba en el campo en una brigada de la Federación de Mujeres Cubanas: “Cuando me vio, se quedó mirándome fijamente y me dijo que estaba buscando mujeres para una película… Hice el casting y me dio el personaje principal en ‘Manuela’”. Así comenzó todo.
Hasta entonces, Adela no era más que una joven campesina, feliz y con un segundo grado de escolaridad. Como la mayoría de las mujeres de esa región en la época trabajaba casi siempre en la agricultura, una actividad dura y expuesta al apabullante sol del Oriente cubano.
Ese conjunto de factores fue quizás el que hizo que Solás diera con una de sus estrellas. Ante sus ojos vio la imagen que había dibujado en su cabeza: una mezcla de rudeza, belleza y trabajo…una hermosa mujer de campo.
De ahí surgió su trabajo en “Manuela”, estrenada en 1966 y que dejó ver la frescura y naturalidad de Adela Legrá y que, además, fue la puerta para que la guantanamera entrase a uno de los cuentos de su siguiente obra, “Lucía”, el ícono del cine cubano rodado en 1968.
Fuerza, belleza y naturalidad, eso era Adela, y fue eso precisamente lo que sedujo a Solás y a todos los espectadores que la vieron en la pantalla grande. Una personalidad fuerte, un torbellino que arrasaba delante de las cámaras, esa fue la imagen que dejó para el cine de la isla.
Pero ese carácter y fuerza tenía una dualidad. En el mundo del cine de la época fueron conocidas las chispas que saltaban entre Adela y Humberto, ambos con una férrea personalidad.
Fue precisamente durante uno de sus desacuerdos que se logró la mirada de odio que ha hecho historia en el cine cubano. Ese instante, que quedó registrado en las cámaras hizo que Adela pasara a la historia de la cinematografía del país.
“La tercera parte de Lucía fue la primera que se grabó. Estábamos grabando la escena de la salina en la que Tomás (Adolfo Llauradó) viene a buscar a Lucía y aquella escena no salía. Humberto y yo discutimos fortísimo, entonces el cámara siguió grabando y filmó la mirada de odio de Lucía a Tomás que aparece en la película, pero no era a Adolfo a quien yo miraba, era a Humberto”, dijo la actriz en una de sus entrevistas.
A partir de ahí podría pensarse que su rostro colmaría las pantallas, pero no fue así. A pesar de haber participado en otras cintas, el cine cubano del momento no parecía ser muy abierto a una joven campesina sin formación actoral.
La propia Adela ha dicho que “Humberto siempre confió en mí, y no eran todos los directores los que se atrevían a grabar conmigo. Yo no estudié actuación. Yo no ensayaba los guiones, los hacía y ya”.
No obstante, tras mudarse a La Habana participó en otras producciones que incluyen títulos como “Rancheador” de Sergio Giral; “El brigadista”, de Octavio Cortázar; “Aquella larga noche”, de Enrique Pineda Barnet; “Polvo rojo”, de Jesús Díaz; y “Vals de La Habana Vieja”, dirigida por Luis Felipe Bernaza.
Igualmente pudo trabajar más de una vez con Humberto Solás en otras reconocidas cintas como “Miel para Ochún” y “Barrio Cuba”.
Un día, después de más de 30 años viviendo en la capital, Adela sintió que su esencia la llamaba, que ella era guajira y que el campo cubano su lugar. Hizo las maletas y, nadando a contracorriente, se fue a vivir a Santiago de Cuba.
A pesar de la lejanía del bullicio, la artista sintió que necesitaba más sosiego y decidió apartarse aún más. Hoy vive en Boniato, una localidad rural donde disfruta de la naturaleza y el aire puro de los campos cubanos.
Con 84 años, Adela Legrá sigue siendo una de las figuras más relevantes del séptimo arte en la isla y es homenajeada por sus amigos y compañeros de profesión. Ese cariño de seguro le vale más que cualquier estatuilla. Eso y su familia, con la que comparte la felicidad de ser, a pesar de la lejanía de las cámaras, la campesina icónica del cine en Cuba.