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La Covid murió en las playas habaneras

Fotos: Roy Leyra / Cuba Noticias 360

Texto: Manolo Vázquez

Tras el grito de en sus marcas, listos, ¡fuera!, la avalancha de habaneros que se han desbocado, literalmente, sobre las siempre agradables aguas de las playas capitalinas, ha sido impresionante.

Podíamos predecir que la Covid-19 desaparecería tras una zambullida. Y no es menos cierto, el aire de mar limpia, sana y hasta alivia dolencias. Podemos casi asegurar que cualquier virus se vuelve nulo en esa zona, pero las indisciplinas y otras circunstanciales condiciones son caldo de cultivo para la reproducción de la pandemia que, por cierto, cada día reporta menos casos en Cuba.

Si preguntamos a lugareños, asiduos o trabajadores de esos lares, no dudarán en asegurar que la época de mayor afluencia es el verano, aunque en pleno octubre, está más concurrido que ojos humanos hayan visto.

Acercarse al litoral Este de La Habana es, de hecho, una misión casi imposible para los que viven al otro lado de la ciudad, aunque, a decir verdad, desde hace varios años no es “jamón” viajar en esa dirección durante la acostumbrada etapa estival (julio-agosto) en la isla, lo cual no imposibilita que miles se desplacen cada jornada, sin importar el medio que utilicen, por mucho y que el transporte público esté “en candela”.

Sin embargo, el encierro condicionado por la pandemia de la Covid-19, unido a todo el estrés que experimenta el cubano en su día a día –dinero, colas y tantos etcéteras– ha propiciado que un mar de personas intente, al menos por unas horas, flotar al compás de las olas mirando el cielo azul, dejando que la marea les arrastre algunos metros, para alejar las neuronas de las preocupaciones.

Pero lamentablemente no todo se resume a esa paz de pececitos en colores. Si llegar hasta las playas capitalinas ya constituye una Odisea (guaguas abarrotadas y escasos taxis a elevados precios) al tocar la cálida arena con los pies y respirar el aroma del salitre que navega sobre nuestro rostro; otros inconvenientes que atentan contra el disfrute afloran, como cresta de espuma en agua salada.

Miembros de la Policia Nacional Revolucionaria (PNR) presentes en la playa

Nunca quedó claro si el nasobuco o mascarilla debe llevarse puesto mientras no se está en el agua. Por tanto, como nadie lo ocupa de cara al sol de todos modos, de vez en cuando se repiten gritos que transitan como ecos de una trinchera en plena guerra: ¡nasobuco!, a lo que todos responden con la agilidad de un asiático en una mesa de pin pon, sacando del bolso el trapito que por más de año y medio nos ha estado cubriendo el rostro. Entonces vemos que se acercan a paso de tortuga un dúo de policías por la orilla, uno viste de verde y otro de azul; y aunque aparentan desinterés, nunca sabremos si esa actitud forma parte de algún operativo encubierto, el cual podría llamarse, tal vez: “Castigo al tiburón”.

Si su garganta se ha secado entre tanto tormento, no pasa nada. Muy cerca están los nuevos vendedores (no ambulantes y sin licencia) como acostumbrábamos a ver en otros tiempos, dígase por ejemplo tamalero o galletero, dos de los más comunes. Ahora todo es más light. Vez una sombrilla y un piquete, aparentemente están vacacionando, pero en realidad dentro de sus neveras está la mercancía que calmará su sed. Allí yace, fría que se parte, la cervecita a sobreprecio. El mínimo que podemos encontrar es de 100 pesos por cada una, pero esa cifra se eleva hasta 120 o 150, en dependencia de la demanda y la oferta, palabras que últimamente no riman en la economía cubana.

Incluso refrescos, que hoy brillan por su ausencia en los mercados estatales, hasta en los que comercializan en moneda libremente convertible, puede usted encontrar en estos parajes. Sus vendedores fácilmente se confunden con el resto de los bañistas, aunque solo basta con observar el panorama algunos minutos, para encontrar -sin google maps- dichos puntos de venta.

Como el alcohol es sinónimo de diversión, también hay ron a nivel de arena. La más barata: 850 pesos. Havana Club añejo 3 años, “el clarito” como le dicen sus consumidores. ¡Y para qué seguir hablando de nuevos precios! Si… la vida es un carnaval.

Por cierto, la música es otra que dice presente en la fiesta masiva que hoy constituyen las playas habaneras. En algunos casos los bafles, de más de un metro de altura y lucecitas de colores, empanizados en arena como sus dueños, pueden estar tan cerca uno de otro que las canciones se mezclan en el aire, y no precisamente por la influencia de un deejay.

Seguro los cangrejos bajo la superficie se están moviendo al ritmo de Pepas, en la discoteca, la canción más repetida de los últimos tiempos; y verán caer sus cuevas como casas de la Habana Vieja. Cuando regrese la calma, saldrán a echar un vistazo fuera. Mientras, harán como el afamado Sebastián. Se conformarán con su mundo bajo del mar, pues como dijera el simpático personaje del filme La Sirenita: “¿para qué quieres ir allá arriba?”.

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