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La Puntilla: ¿Coronavirus en MLC?

Foto: Roy Leyra

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Cerca de 200 personas esperan un turno para comprar en el mercado del Centro Comercial La Puntilla. Tratan de mantener la distancia pese al estrés y la demora. La fila crece por minuto. El encargado de entregar los turnos, un pequeño papel blanco que coloca sobre la tarjeta magnética o el carnet de identidad, se acerca cada 40 minutos aproximadamente a los clientes para conducirlos al interior de la tienda.

La mañana alterna entre el calor y la lluvia. Las personas, con tal de no perder su lugar, resisten estoicamente. Algunos se resguardan bajo un pequeño techo en las inmediaciones de la instalación cubierto por una suerte de tuberías. La mayoría sigue en medio de la fila. Sobre las 11:00 am el “encargado” regresa a la cola. Dice que la tienda está por cerrar y que quizá no puedan entrar todos los que hacen la fila desde temprano. Alza las manos. Se quita el nasobuco de color negro. En ocasiones grita. Asegura que es un funcionario del gobierno y que merece respeto ante las críticas de las personas por la mala organización. Una señora comenta que el día antes tuvo que hacer una cola por más de tres horas para poder comprar solamente cigarros.

Él le dice que no es su problema, que la cola es para todos por igual. Lleva unos 10 minutos hablando, alzando la voz, rodeado de personas. Desde el fondo alguien le exige que se ponga el nasobuco. Él reitera que es un funcionario del gobierno, que merece respeto. Sigue con la mascarilla a nivel del mentón. En la fila hay personas de todas las edades, desde jóvenes hasta ancianos.

Cuba vive una grave crisis epidemiológica. Hay casi 3000 casos diarios de Covid. Las autoridades dicen que hay que arreciar las medidas, que se debe aplicar mano dura a quienes incumplen los protocolos sanitarios y no velan por la salud de los demás.

“Soy un funcionario del gobierno y nadie me puede faltar el respeto”, reitera el hombre en medio de una discusión acalorada. Tras el febril cruce de palabras, entrega los turnos y conduce a unos 15 o 20 clientes a la tienda. Luego se sienta en una silla en las afueras de la instalación. A su lado hay una mesa con dos pomos de cloro. Pregunta por un móvil cómo está la situación en el mercado y conversa personalmente con dos o tres trabajadores de la instalación. El nasobuco, de exigencia obligatoria por las autoridades sanitarias y policiales, lo sigue mostrando por debajo del rostro en la entrada principal. Cerca de allí una pareja comenta que en una ocasión por quitarse el nasobuco para tomarse un helado recibieron una multa de dos mil pesos. Les dolió el bolsillo, lamentaron.

Las personas entran a la Puntilla sin que nadie les exija el cumplimento de las medidas sanitarias. Los pomos de cloro no se tocan. Algunos se echan gel en las manos; otras pasan sin la menor preocupación. Colocan los bolsos en un departamento habilitado para ese servicio. Los recibe un señor de unos 70 o más años. Después entran al mercado con la premura y el estrés heredado de la cola, de los gritos, de la desesperación por estar horas bajo el sol y la lluvia.

Sobre la 1:15 p.m. un funcionario dice que ya no podrán entrar más personas a la tienda, que están a punto de cerrar. Una mujer, cercana a los 50 años, le dice que el anuncio a la entrada reza que cierran a las 2:00 p.m. El funcionario la réplica. “Ese cartel es viejo”. Los ánimos se caldean. La mujer señala en un grito que no se respetan los derechos de los clientes, que la tienda debe cumplir los horarios establecidos, que ella solo quiere comprar dos frascos de leche. El funcionario le da la espalda y entra a la tienda por una puerta detrás de la cual una docena de personas hacían cola para comprar bolsas de pan suave.

La organización no parece ser uno de los rasgos que identifican a este centro comercial ubicado en el municipio Playa, de La Habana. Eso se percibe en la demora de las colas, en la violación flagrante de las medidas sanitarias y en las dinámicas de comunicación con el público que muchas veces considera que ha sido irrespetado por la forma hosca con que se dirigen a las personas algunos funcionarios. Este panorama no es el mismo en la mayoría de los departamentos de la instalación. En los espacios habilitados para la venta de accesorios del hogar y de lámparas las dependientes son amables y ofrecen un buen servicio. Aunque a la entrada de dichos departamentos vuelva brillar por su ausencia la persona encargada de que se cumplan los reglamentos sanitarios. La desaparición de la medida en casi todo el centro comercial puede ser producto del cansancio o de aquello que llaman fatiga pandémica. Sea como sea, lo que cierto es que la falta de rigor para cumplir lo establecido pone en riesgo a todos los trabajadores y al público.

En otras tiendas en MLC, al menos en Carlos Tercero y La Puntilla, el escenario es parecido. Los funcionaros encargados de velar por la organización de las colas y el cumplimiento de las medidas sanitarias no muestran una conciencia plena de la grave situación del país. No exigen que se cumpla la distancia obligatoria y muchas veces vociferan a las personas sin tener en cuenta que por más alto que sea el nivel de estrés o apatía, deben el mayor respeto a los clientes, con todo lo que eso implica.

Las personas diariamente hacen largas colas en la Puntilla para acceder a productos que solo se venden en MLC. Son de alguna forma privilegiadas dentro de la sociedad cubana por contar con esas, digamos, facilidades económicas. Lo que sí nadie espera es exponerse en mayor medida al riesgo de contagio implícito en hacer colas, por la indolencia sanitaria de funcionarios que, a pesar de que se afanan de representar al gobierno, violan todas las medidas estipuladas para frenar los contagios de coronavirus y podrían ser responsables de que algún cliente, junto a los productos adquiridos, lleven también el Covid a la familia, a la casa.

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