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Medios estatales en Cuba: entre la espada y la pared

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Hace algunos días el cineasta Fernando Pérez aludía a ese férreo muro que separa a los cubanos de los medios de comunicación estatales, a esa infranqueable barrera que ha impedido que en el sistema de medios pagados por el pueblo, los cubanos puedan ver reconocidas sus expectativas, sus necesidades y sus reclamos.

El autor de ese filme antológico que es La Vida es silbar, planteaba sus reflexiones a partir de la represión y las detenciones sufridas por un grupo de artistas que fueron a manifestarse frente al ICRT  durante las protestas masivas este pasado 11 de julio en Cuba.

Las palabras de Fernando han sido compartidas por cientos de personas en las redes sociales. Entre ellas varios profesionales de los medios estatales o  personas que han tenido alguna participación en la validación de sus  plataformas.

Las opiniones del cineasta han encontrado eco no solo por el interés de muchísimos cubanos de verse reflejados sin cortes o censuras en ese tipo de plataformas sino también por el lógico interés de que cumplan con su rol de darle voz a un país con su abanico de diferencias y no solo al dictado gubernamental, algo que ha disminuido considerablemente la confianza de los cubanos en los espacios que deberían sentir como suyos, sobre todo en un país que se dice socialista. La discriminación continua de los medios hacia otras posturas políticas ha provocado que una buena parte de la ciudadanía los rechace y por tanto que no se sienta identificada.  

Los sucesos acaecidos en los últimos días son ejemplo claro de esta distancia que ha separado a Cuba del ICRT y de los diarios estatales por su falta de reflejo del palpitar urgente del país. El respaldo a la política gubernamental, por orientaciones de la propia política gubernamental,  no puede ser óbice para esa separación que ya se percibe definitiva.

En Cuba, todos lo saben, los medios pertenecen al estado, pero el propio estado no ha tenido la inteligencia (o el interés) de crear dentro de ese mismo entramado espacios que se acerquen al pueblo y que sean críticos incluso con las propias líneas del discurso oficial. Ese cierre a opiniones distintas o contrarias, a  “la diversidad en la que nuestra realidad se forja”, para decirlo en palabras de Fernando Pérez, también ha sido uno de los motores de la maquinaria del desencanto y la desesperación  que propulsó las explosiones populares en Cuba.

El gobierno, dicho de otro modo, se pone cada vez más en el cuello la cuerda del desencanto popular con la cerrazón mediática con que aleja al pueblo que crece más en su diversidad, en su diferencia, cuando podría oír los reclamos de un sector de esa población que ha demostrado que aún quiere participar en el proyecto político, pero no encuentra forma de hacerlo entre las plataformas oficiales.  

Es lógico entonces que se produzcan esas convulsiones sociales porque siempre la libertad de expresión buscará la manera de manifestarse. La  historia lo ha demostrado con múltiples matices en países que han apostado por mantener una línea mediática cerrada que solo refleje las directrices gubernamental y la crítica solo se asoma desde su nivel más elemental, menos conflictivo para los intereses del sistema.

El llamado 11 J ha sido otra prueba de fuego para los medios estatales. Fue una excelente oportunidad para que miraran las razones del conflicto desde sus aristas más profundas, más inquietantes. Lamentablemente, volvieron a dejar la  página en blanco al  no cumplir  con su función social. Enseguida echaron mano al libreto de siempre al alinearse estrictamente con las ordenanzas gubernamentales. Comenzaron a llamar mercenarios, vándalos y delincuentes a las personas que salieron a la calle a manifestarse. Hubo algunos atisbos en los que algún entrevistado o periodista quiso ahondar en otras causas del problema, pero no ha existido hasta hoy un análisis crítico sobre las razones más agudas del estallido.  

Es cierto que entre los manifestantes podían haberse implicado personas pagadas, delincuentes, pero los gritos que se oyeron, los barrios humildes que bajaron por las calles de Cuba con las manos en alto, no eran vándalos, ni marginales, otra de las palabras que se ha usado para descalificar a las personas que participaron en las protestas. Eran cubanos, comunes y corrientes, que después de tantos años viviendo en la desesperanza, en la falta de horizontes económicos, en la casi nula oportunidad de participación, decidieron volcar a la luz pública sus problemas y necesidades. 

No han salido al aire programas que escuchen a los manifestantes, que los entrevisten, que les pregunten por qué estaban ahí. Eso nunca va a pasar en el sistema cubano de medios tal y como lo conocemos ahora, por lo que los cubanos van a despejar las incógnitas suscitadas por esas manifestaciones inéditas en la historia de Cuba, en las páginas de los medios llamados independientes o alternativos.

El ejercicio que deben retomar los medios estatales cubanos es muy sencillo. Se desprende de los libros de cualquier universidad de periodismo. Contrastar fuentes, oír diferentes criterios, investigar. Pero mientras los manuales del periodismo estén dictados por las corrientes más conservadoras del PCC los cubanos que solo siguen los medios oficiales no tendrán oportunidad de conocer lo que ha sucedido en Cuba durante estos días, más allá de adjetivos hilarantes o calificativos reduccionistas. Lo peor no es eso. Lo peor es que tampoco podrán conocer acerca de un futuro sobre el país que por el propio peso del tiempo y de la historia, cambiará, un país en el que debería existir en los medios lo mismo la postura oficial más estricta que las opiniones o reclamos del pueblo, por más duros o beligerantes que sean.

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