enero 13, 2025
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Navidad del 2024 en Cuba ¿Para qué ponerle luces al arbolito?

Foto: Victoria Gracia | Flickr

Texto: Héctor García Torres

Los cubanos somos mundialmente conocidos por nuestro amor a la fiesta y al jolgorio, y por el apego a las tradiciones y a la religión, así que algo debe andar bastante mal en la isla cuando este año son muchas las familias que han preferido no armar su arbolito ni prepararse como usualmente por estas fechas para todo un mes de celebración.

Como cada fin de semana, la videollamada a Cuba de este sábado no faltó, lo que sí faltó en la esquina de siempre era el arbolito, que ya por estas fechas estaba armado y alumbrando. Al preguntar por qué el retraso en los preparativos, la respuesta fue tan demoledora como sincera: ¿para qué armar el arbolito y para qué ponerle luces, si van a estar apagadas casi todo el tiempo?

Después de unos segundos de silencio la videollamada continuó, y nuevamente miré el rincón vacío de la sala donde todos los años armábamos el árbol. Era una tradición que marcaba el inicio de la temporada, un ritual sencillo pero lleno de significados: sacar las cajas de adornos, desempolvar las luces y probar que funcionaran, armar ese pequeño símbolo de esperanza en medio de nuestras dificultades cotidianas.

Este año, sin embargo, a muchas familias cubanas les cuesta encontrar el ánimo para repetir el gesto. Se han resignado a un árbol sin luces y una Navidad sin brillo.

Las razones son muchas pero se puede sintetizar en una sola: la realidad que vive Cuba es tan difícil que incluso en tiempos de celebración, se vuelve aplastante. 

Los cortes eléctricos le han robado al cubano de a pie no solamente la energía que darían luz a los pequeños bombillos, sino también la ilusión de que algo tan simple como encender unas luces pueda transformar su atmósfera. ¿De qué sirve adornar un árbol si la oscuridad se impone la mayor parte del día?

Más allá de la electricidad, el verdadero apagón ya está en los mismos cubanos, cansados de “resistir” y esperar cambios que no llegan mientras el país se desmorona a su alrededor. No es sólo la falta de luz, sino la escasez de alimentos, la incertidumbre del mañana, la precariedad que se filtra en los rincones de cada provincia.

La Navidad, que solía ser una pausa para celebrar a pesar de las dificultades, ahora parece otro recordatorio de lo que se ha perdido. Armar el árbol se siente como una declaración de guerra contra la tristeza, pero, al mismo tiempo, parece un esfuerzo vacío, condenado a fracasar.

En las Navidades de nuestra infancia tampoco hubo mucho, pero había suficiente. Bastaban un puñado de caramelos, un puerco asado en la mesa y el bullicio de los vecinos para sentir que todo estaba en su lugar. Ahora, hasta los gestos más simples están cargados de nostalgia; el puerco es un lujo inalcanzable, y el bullicio se ha transformado en silencio, interrumpido sólo por la preocupación constante por lo básico y por quienes han emigrado.

Tal vez armar el arbolito y colocar las luces sea ese acto de rebelión simbólica que necesita cada cubano en medio de los días difíciles. Tal vez, el acto desafiante de crear, y creer,  sea más importante que el resultado final. Quizá se trate de recordarnos que, aunque el presente sea oscuro, hay raíces de las que podemos aferrarnos y un futuro que todavía podemos imaginar.

He pedido a mi familia que arme el arbolito, aunque este año no se puedan comprar luces nuevas. Que lo decoren con lo que siempre se le puso, porque la esperanza, por pequeña que sea, también necesita un lugar donde habitar.

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