abril 24, 2024
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Trinchera para tiradores

Fotos y Texto: Manolo Vázquez

Masturbarse está considerado por los especialistas una acción completamente natural, ya sea mientras tienes sexo o simplemente solo. Algunos incluso opinan que es beneficioso para la salud de los seres humanos.

Pero al parecer no pocos se han tomado “el tratamiento” muy a pecho, o más bien, muy a pajas. En La Habana son varios los sitios públicos donde los más excitados del barrio se refugian para lanzar más que un piropo a cualquier masa de carne que se pasee cerca.

Uno de estos escondites está ubicado en la calle Aranguren, casi esquina a la avenida Boyeros, justo a un costado de la Biblioteca Nacional, y a pocos metros de la Plaza de la Revolución y la Terminal de Ómnibus capitalina.

Allí, una edificación de dos pisos, a medio construir, yace fantasmalmente entre los matorrales que predominan en el extenso parque. Y es normal que algo empiece y no termine en Cuba, donde en ocasiones se olvida a quienes no tienen casa y habitan en albergues, mientras se desperdicia tiempo y recursos en otros proyectos de “alta prioridad”.

En la isla tenemos varios ejemplos de sitios olvidados, algunos con personas viviendo dentro, aunque este no es el caso del protagonista de nuestro texto, una auténtica trinchera para tiradores. Pasar por su costado es toda una osadía. Desde su interior se escuchan silbidos de los más atrevidos, que incitan a “la presa” a mirar para así mostrar todo su arsenal, mientras lo rastrilla con mirada criminal, tras la máscara del nasobuco, como si de un asaltante a mano armada se tratase. Los más tímidos solo observan en silencio, y puede que esos sean aún más intrigantes para los transeúntes ingenuos.

Es un sitio ideal. Tiene planta baja y alta, para los gustos más exigentes. Desde arriba la vista es de águila, pero abajo la cercanía garantiza siempre un buen ángulo. Las chicas caminan a gusto a pocos metros, también los hombres. Hay quien dispara a todo lo que se mueve, otros tienen requisitos particulares o simplemente escogen los traseros más despampanantes. El catálogo es infinito. Juventud, experiencia y hasta niñez pueden confluir en una misma paja, incluso varios géneros. La misericordia no tiene cabida durante la guerra. Detrás de una trinchera todo se vale.

Un poco de historia

Allí donde hoy se levanta indestructible ante el tiempo un fortín para pajusos, antes existió otro inmueble. Ecimetal, una empresa estatal cubana tuvo sus oficinas en ese mismo sitio. Por cierto, en esos lares inició su camino Rodrigo Malmierca, quien llegó a ser ministro años después, precisamente de Comercio Exterior e Inversión Extranjera. De aquellos años solo queda el recuerdo, pues el edificio se fue hundiendo en un terreno predominantemente frágil, semipantanoso, por lo que la construcción inicial fue cediendo pisos, que simplemente se perdían a la vista bajo el nivel del suelo, pero ahí estaban. Un día se incendió, y tras varios años sumido en el abandono, finalmente fue demolido.

Antes Encimetal

Durante un buen tiempo fue un centro de recreación improvisado, pues los más jóvenes del barrio hasta nadaban en su interior después de que permaneciera deshabitado tras el fuego que lo dejó casi en ruinas: se inundaba fácilmente. Era una piscina sucia, pero inmensa, además de que albergaba pequeñas serpientes, mejor conocidas como juguitos, que convertían el sitio en una auténtica sala de juegos para la época, años en los que, por demás, había muy poco en que invertir el tiempo.

“Todo cubano debe saber tirar y tirar bien” fue una frase escasamente poética que se hizo popular desde que salió de boca de Raúl Castro en uno de sus tantos discursos políticos para- como ya es costumbre, a fuerza de consignas- calzar la orientación ideológica de los cubanos. Al menos en primer plano solo se refería a repartir armas a cada ciudadano para combatir al “enemigo”, los estadounidenses; pero al final la expresión fue objeto de la picardía y el humor nacional que han sido verdaderos salvavidas, al igual que el sexo, para sobrevivir las constantes adversidades.

Cada vez que paso, pienso que quizás hoy podríamos tener un parque temático, o mínimo una gran piscina en la misma zona donde hoy llueve la leche. La misma que un día el mandatario nos prometió, y al parecer lo cumplió, solo que no es precisamente de vaca.

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