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El arte de improvisar: ¿el punto cubano en el olvido?

Foto: Shutterstock

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

En un rincón del campo cubano, donde la tierra aún dicta el ritmo de la vida, sobrevive un arte que no cabe en pantallas ni algoritmos: la décima improvisada. Más que una forma poética, el punto cubano es una manera de pensar, de sentir y de cantar al mundo desde la raíz. Es el arte de la palabra viva, dicha con precisión, ritmo y emoción, en décimas perfectas que se construyen al momento, frente al otro y sin guion.

Esta tradición, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2017, no nació en academias ni en teatros. Nació en los bohíos, en los guateques campesinos, en la sombra de un árbol o en la euforia de un festival rural. Es el fruto de siglos de sabiduría popular transmitida de boca en boca, donde improvisar no es un juego de agilidad mental, sino una forma de memoria colectiva.

A través del punto, los campesinos cubanos han contado su historia, sus alegrías y sus dolores. Han hablado de la tierra, del amor, de lo que es suyo, de todos…Pero hoy, esa voz ancestral se encuentra en peligro. No por falta de valor estético ni por carencia de contenido, sino por una desconexión generacional.

La modernidad ha cambiado los paisajes culturales del país: los medios ya no ofrecen el mismo espacio a lo tradicional, la educación artística se vuelve cada vez más urbana, y las nuevas generaciones crecen en un entorno donde la inmediatez digital ha sustituido la escucha profunda. La décima requiere tiempo, atención y estudio, tres cosas escasas en el mundo contemporáneo y en la Cuba de hoy.

Sin embargo, existen esfuerzos visibles y silenciosos para mantener viva esta tradición. En algunas provincias, especialmente en el oriente del país, funcionan talleres de repentismo infantil que enseñan desde la estructura del verso hasta el arte de la improvisación con acompañamiento musical.

Estos espacios, a menudo impulsados por promotores culturales, funcionan como verdaderas trincheras del patrimonio inmaterial. Generalmente no cuentan con recursos suficientes, pero sí con pasión y un compromiso admirable con la cultura viva.

El punto cubano ha dialogado con formas más modernas de expresión. Algunos -aunque muy pocos- jóvenes trovadores y poetas han fusionado la décima con géneros contemporáneos como el rap, el spoken word o la trova alternativa, generando nuevas formas híbridas que, lejos de diluir la tradición, la expanden.

Esta evolución es también una forma de resistencia, que demuestra que la tradición no está necesariamente en conflicto con la innovación, siempre que haya una comprensión profunda de lo que se hereda. Este quizás debería ser el camino y el cambio, hacia adelante.

Si algo le ha faltado a veces al punto cubano dentro de la Isla es su capacidad de crítica, su valor de contar una realidad difícil que es la de casi todos. Esta podría ser una oportunidad para repensar el valor de esta manifestación desde otra arista, no como un vestigio folclórico, sino como una manifestación viva que aún tiene mucho que aportar a la Cuba contemporánea, tanto dentro como fuera de ella.

Salvar, adaptar y “aprovechar” el punto cubano no es solo hacerlo por una tradición poética; es defender una forma de inteligencia, una estética de lo oral, una ética de la expresión popular.

El arte de improvisar en décima es, paradójicamente, una de las formas más elaboradas de escuchar(se). Y si bien el olvido amenaza desde muchos frentes, también es cierto que toda cultura que logra nombrarse a sí misma desde sus márgenes está más cerca de resistir el silencio. Mientras haya un niño que aprenda a rimar con sentido o un campesino que desafíe al olvido con una décima, el punto cubano seguirá latiendo. Aunque sea bajito, seguirá.

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