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Entrevista a José Martí, hecha por un cubano en 2025

Texto: Héctor García Torres

Foto generada por IA

La brisa de La Habana huele a sal y a tiempo detenido. Es una tarde tibia de mayo, de esas en las que el sol parece conversar con los árboles. Estoy sentado en un banco de mármol del Paseo del Prado cuando, sin previo aviso, alguien se sienta a mi lado.

Viene vestido de traje oscuro, con sombrero en mano. Su presencia no hace ruido, pero lo llena todo. Tiene los ojos intensos, llenos de memoria, y un bigote que la historia ha hecho inconfundible. No hace falta presentarse. Sé quién es, aunque mi mente intente resistirse a lo imposible.

-¿Me permite hacerle unas preguntas?, le digo con una mezcla de reverencia y asombro. No todos los días puede uno conversar con José Martí.

-Para eso he vuelto, responde, mirando al Capitolio como quien observa una promesa inconclusa.

Nos quedamos unos segundos en silencio. Los pasos del presente se cruzan con los ecos del pasado y quienes desandan el Prado frente a nosotros no parecen saber quién es el personaje trajeado. Saco mi libreta, como quien intenta atrapar algo frágil y fugaz pero de gran importancia para Cuba.

¿Qué opinión le merece el mundo moderno?, comienzo indagando.

Sonríe el interlocutor con una mezcla de asombro y desconfianza, como quien acaba de ver un artefacto incomprensible y fascinante.

-Es un mundo más rápido, pero no siempre más sabio. Hay más voces, pero no siempre más verdades. La tecnología ha acercado a los pueblos, pero ha alejado a muchos de sí mismos.

Sin embargo, celebro los nuevos espacios para el pensamiento libre. La lucha de los pueblos sigue, aunque sus formas cambien. Donde haya un joven que cuestione la injusticia, allí está viva la llama de la libertad.

¿Qué significa ser cubano hoy, desde su mirada?

-Ser cubano, hoy y siempre, es tener en el alma una mezcla de ternura y coraje. Es cargar con siglos de lucha y aún así sonreír. Es inventar cuando no hay, bailar aunque duela, cantar aunque se tenga miedo. Pero ser cubano también es una responsabilidad: es no permitir que el dolor se vuelva costumbre. Es seguir soñando con una Cuba que no tenga que doler tanto para ser real.

Sobre esos sueños que menciona… ¿Cree usted que es posible una Cuba distinta en el siglo XXI?

-Sí. Y no solo posible: es necesaria. Pero no será una Cuba mejor por arte de magia, ni por mandato. Será mejor si quienes la habitan se atreven a soñarla distinta y a construirla con sacrificio y sin miedo.

Una república no es un regalo: es una tarea diaria. Y sin justicia, sin pluralidad, sin alma, no es más que un poder vestido de promesa.

Suena a descripción de la Cuba actual…

-En parte lo es, tristemente.

Apóstol, -interrumpo sus pensamientos- se repite con frecuencia su frase “con todos y para el bien de todos”. ¿Cree que ese ideal se cumple hoy en Cuba?

Su rostro se ensombrece apenas, como si una nube le pasara por la frente.

-No. No mientras se excluya a quienes piensan diferente. No mientras se castigue la opinión, el arte, la protesta. No mientras se repita mi frase como un rezo sin alma, mientras se aplasta aquello que yo mismo defendí: el derecho a la libre expresión, la república con alma democrática.

El bien de todos no se decreta. Se construye con justicia, con transparencia, y sobre todo, con humildad.

¿Y si no es con todos y para el bien de todos, qué siente al mirar la Cuba de hoy?

Suspira hondo, como si en ese aire viniera también algo de dolor. Mira hacia el Malecón y luego me mira a mí.

-Pienso que Cuba ha sufrido demasiado, y que no ha sido solo por las manos extranjeras. El despotismo no cambia de esencia por cambiar de uniforme. Veo un pueblo digno, creativo, con una paciencia que a veces se confunde con resignación. Pero también veo cansancio, fracturas, miedo. Cuba merece un presente vivo, no una eternidad congelada en discursos. Y sobre todo, merece futuro.

También duele ver el éxodo constante. Una patria sin sus hijos es como un árbol sin raíces vivas. El éxodo duele, pero más duele la causa que lo provoca. Nadie abandona su tierra con alegría; se va quien ha perdido la esperanza de quedarse.

Cuba se desangra en aeropuertos y costas. Sobrevive en la nostalgia, sí, pero no debe conformarse con sobrevivir. La patria debe ser nido, no frontera que asfixia. Si expulsa a sus hijos o no les ofrece suelo firme, entonces se va quedando sola, no de cuerpo, pero sí de alma.

Asiento en silencio. Siento que no tengo nada que agregar al respecto y lanzo otra interrogante:

¿Ha visto su rostro en estatuas y billetes?

-Sí, y es raro verse en piedra y en papel. Más raro aún es verse citado por todos, incluso por quienes se alejan de lo que uno defendió. La figura puede ser útil, pero no debe reemplazar la esencia.

No me interesa estar en bronce si no estoy en el alma de los hombres libres. Prefiero vivir en un acto de honestidad, en un verso sincero, en la dignidad de quien trabaja por un mundo mejor.

Martí, ¿qué mensaje le dejaría a los jóvenes cubanos de hoy?

Les diría que no se resignen. Que el alma no se oxida mientras tenga un ideal. Que se cuestionen todo, incluso a quienes dicen hablar en mi nombre. Les diría que la patria no es una consigna ni una frontera: es el sitio donde uno puede ser libre, pensar, amar, construir y también disentir sin temor. Y si ese sitio no existe todavía, hay que fundarlo.

Con esa potente frase, y mientras la tarde se disuelve en luz dorada, Martí se levanta, ajusta su chaqueta y me tiende la mano justo antes de alejarse caminando por el Prado, con paso decidido, como si aún tuviera cosas que fundar.

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