Texto: Hugo León
Foto: Shutterstock
No es un simple emblema, ningún escudo papal lo ha sido durante siglos, y este, escogido por el recién electo Papa León XIV se revela como una declaración llena de símbolos de lo que podría esperarse de su pontificado.
Este es un escudo que por sí mismo inspira autoridad, coinciden varios historiadores que han publicado brevemente sobre el tema. Su imagen, marcada por la dualidad, no solamente está representando al Sumo Pontífice, sino también a una visión del mundo que parece buscar reconciliar a través de la fe y las obras.
El lado izquierdo del escudo, sumido en un azul solemne, sostiene una flor de lis plateada, de forma simétrica y casi flotante, que parece surgir no como ornamento, sino como presencia. Es el lirio de María, la flor que no se impone, pero enciende al mundo con su pureza. Sus tres pétalos evocan trinidad, su tallo firme sugiere entrega. No hay violencia en su belleza: solo fuerza contenida.
Ese azul que la rodea no es solo decorativo: es el cielo que precede al amanecer, es el mar que guarda secretos, es la humildad de la que María fue reina sin trono. En esta mitad del escudo resuena una espiritualidad mariana y silenciosa, pero absolutamente central: María como primer templo, como modelo de escucha, como principio de camino, considera Don Davide Spinelli.

Un corazón que arde sobre la palabra
Del otro lado del escudo de armas del Papa, sobre un campo blanco puro, emerge una imagen ardiente y herida: el Sagrado Corazón de Jesús, de rojo vivo, traspasado por una flecha y reposando sobre un libro cerrado. El contraste no puede ser más inquietante: un corazón que late sobre una palabra que aún no ha sido dicha del todo
Si se quiere, puede pensarse en el libro cerrado como el misterio de la fe no revelada a cientos de millones de personas no creyentes en todo el mundo.
In Illo uno unum: un llamado a la unidad
Bajo el escudo, en un listón dorado, se lee su lema: “In Illo uno unum”. Es una confesión de fe, pero también una hoja de ruta: “En Él que es Uno, nosotros somos uno”. Tomadas de San Agustín, estas palabras apuntan a una Iglesia reconciliadora, que no busca uniformidad, sino comunión desde la diversidad redimida.
Difícil sería encontrar un mensaje más necesario en pleno 2025, con un mundo cada vez más dividido y polarizado. La unión a través de la fe, a través del Padre, que hace hermanos a quienes el mundo ha separado.
Flanqueado por las llaves del Reino y coronado por la tiara papal, el escudo de León XIV no es solo signo de poder, sino de misión y de confianza, porque sólo en el lirio, la fe y la herida, la iglesia puede ser realmente fecunda.