Fotos: Jorge Luis Borges
Texto: Karla Castillo
En La Habana te encuentras con casas que parecen libros de concreto, como si en cada una de sus paredes contaran historias de épocas pasadas. Casas antiguas con tal personalidad que nos hacen creer que están vivas, que tienen carácter.
En la arquitectura cubana se fue plasmando, igual que en otras manifestaciones, lo que fue la identidad nacional. Condicionada por las características de la isla e influenciada por corrientes y estilos internacionales, cada vez más se fue pareciendo al criollo, al cubano.
Con el clima tropical lluvioso que caracteriza a la Mayor de las Antillas, más el sol y el calor sofocante, la arquitectura y el urbanismo tuvieron que adaptarse al medio. Por ahí, comenzaron a utilizarse ciertas soluciones constructivas: muros de cargas reforzados con contrafuertes y pilastras; arcos de medio punto, ojival y de herradura o lobulado…
En Cuba uno de los primeros estilos fue el Mudéjar, con fachadas más abiertas que en España, balcones volados, cuartos esquineros, grandes portones y ventanas enmarcadas, y se le dio relevancia a los patios interiores, que actuaban como pulmones del hogar. Además, al inicio, se usaba el esquema funcional de vivienda de una sola planta.
Así se fue desarrollando ese tema en el país, y a medida que pasaba el tiempo, fueron asimilándose otros estilos, como el barroco, el neoclásico, el eclecticismo, el Art Noveau y el Art Decó. Se comenzó a crear construcciones de más plantas, con otras características decorativas, que se fueron viendo influenciadas siempre por el clima y las nuevas tendencias que llegaban a Cuba.
Hoy, recibimos la herencia de esos palacetes y casas que hacen recordar sus años de gloria desde la destrucción y el abandono, porque no todas han sido restauradas o mantenidas en buenas condiciones, sino que sus cimientos sostienen la carga de épocas pasadas, pero con la dignidad de reinas que ya peinan canas.
