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¿Cuál es la más medieval de las primeras villas cubanas?

Foto: Shutterstock

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Hace una década, cuando Sancti Spíritus celebró con bombos y platillos su medio milenio, la ciudad sufrió una transfiguración radical: se reconstruyó completamente el parque central, se invirtieron cifras millonarias en la rehabilitación y remozamiento de sus edificaciones emblemáticas y se concibió un programa megalómano para celebrar los cinco siglos de la otrora villa del Espíritu Santo.

Desde entonces, sin embargo, poco más se ha hecho en materia de conservación del rico patrimonio arquitectónico de la ciudad; en buena medida, por la crisis económica que pareciera no tener fondo; en parte, por ese rasgo, tan típicamente espirituano, de no pensar en grande.

“La idiosincrasia actual del espirituano es el resultado de su historia, de los acontecimientos que marcaron su devenir y, fundamentalmente, de la actividad económica que predominó en la región: la ganadería”, ha comentado en más de una ocasión María Antonieta Jiménez Margolles, historiadora de la ciudad, para justificar la aparente abulia de los también llamados yayaberos.

Con su opinión coincide Juan Eduardo Bernal Echemendía, presidente de la Sociedad Cultural José Martí en la provincia y estudioso de la identidad de la región: “Las formas de producción ganaderas marcaron el ulterior desarrollo de las artes espirituanas, pródigas en géneros musicales cantables pero no en manifestaciones danzarias —sostiene—; este fenómeno también explica la supervivencia del legado campesino hasta en las más contemporáneas expresiones de la cultura”.

De ahí que algunos hayan tildado de rural a una ciudad que se convirtió en capital de provincia a raíz de la división político-administrativa de 1976 y que, no obstante, aún depende en alguna medida de la vecina Santa Clara, núcleo urbano que se niega, solapadamente, a perder la supremacía jurisdiccional del centro de Cuba.

Todo ello, traducido al argot popular, significa que la llamada cuarta villa de Cuba en ocasiones puede llegar a ser tradicional y conservadora, dos calificativos que los hijos de esta tierra asumen con cierta dosis de resignación. Es también mediterránea y poco cosmopolita, “la más medieval de nuestras primeras villas”, como la definiera la experta en temas patrimoniales Alicia García Santana, quien ha alabado con insistencia la peculiar fisonomía de la ciudad, que se ha construido sobre sí misma.

“Es posible que, debido a su mediterránea localización, la villa quedara un tanto aislada del resto del país y encerrada en su inmenso territorio tendió a aprovechar una y otra vez las estructuras arquitectónicas disponibles, dando lugar a la compleja estratigrafía constructiva que se advierte en sus edificaciones —recalca la reconocida experta—. En esta villa fue habitual construir lo nuevo sobre lo viejo, lo que dio por resultado un rico perfil de edades superpuestas que la convierte en la más medieval de nuestras poblaciones primitivas”.

Si bien no existen en el concierto espirituano joyas arquitectónicas o ingenieras que superen la hidalguía de la Iglesia Parroquial Mayor, el legendario puente sobre el río Yayabo y el Teatro Principal, tampoco es menos cierto que en la ciudad proliferan otras construcciones de alto valor patrimonial, hoy usadas lo mismo como edificios públicos que como residencias familiares.

La Real Cárcel, actualmente sede de la empresa SEPSA; el Palacio Valle o Casa de las Cien Puertas —Museo de Arte Colonial—; la antigua Sociedad El Progreso, sede de la Biblioteca Provincial Rubén Martínez Villena; la Colonia Española, la Casa Municipal de Cultura y los hogares de ancianos y de niños sin amparo familiar conforman un verdadero dossier de la diversidad de estilos que conviven en la urbe.

Tan variopintas como esta propia arquitectura han sido las fórmulas a las que ha debido recurrirse para asegurar la sobrevivencia de las principales edificaciones, muchas de ellas severamente lastimadas por el paso de los años, por la falta de mantenimientos y de políticas coherentes de conservación y, en los últimos años, también por el colapso económico que pone a los espirituanos a escoger entre arreglar un techo del siglo XIX o las también arcaicas redes de distribución de agua para la población.

Pero en tales disyuntivas no andan reparando por estos días sus habitantes, enrolados en un modestísimo programa para celebrar el aniversario 510 de la ciudad y seguros como están de la valía de su propia cultura, esa singular idiosincrasia que han venido perfilando a la sombra de la Iglesia Mayor y el monumental puente sobre el río Yayabo.

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