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Una cubana en el Zoológico de los 90´

Foto: RL Hevia

Texto: Yanelys Hernández

Evocar tiempos pasados en Cuba ya no es cosa de viejos. Bien solían ser los abuelitos quienes nos decían “ay mijita yo en mi época con apenas centavos comparaba un litro de leche y me lo tomaba de una sentada”. Quizás no se trate de una realidad exclusivamente nacional, y forme parte de un contexto mayor, marcado por la vertiginosidad del tiempo y con ello, de lo que solemos dividir arbitrariamente como “etapas o épocas”.

La generación de los 90´ de la isla, por ejemplo, ya ha pasado por tantas cosas que algunos sienten el peso de más de 30 años sobre sus hombros. El Período Especial, los llamados PGI “Profesores Generales Integrales”, los Pre Universitario en el campo, la llegada del Internet a manos de Etecsa, el CUC, la pandemia del covid-19, el reordenamiento económico, el mayor boom migratorio de la historia del país… Son tantos, que enumerarlos daría lugar al texto más triste y largo -por igual- alguna vez escrito por un cubano o cubana.

Sin embargo, los recuerdos, suelen prevalecer, transportarnos a ese instante en que se fue feliz, aunque no se supiera, ni se pensara siquiera en ello. Es importante el ejercicio de recordar. La añoranza, por otra parte, te consume.

Pero esta no iba a ser una historia triste, al menos no tanto, porque tratándose de Cuba la tristeza es una carga más en la ya pesada mochila de los nacidos en la isla.

Hoy un amigo sacaba el tema del Zoológico, indagando preocupado, por el estado de los animales que allí habitan y que a cada rato puede leerse una noticia desalentadora vía redes sociales sobre la alimentación que reciben y su estado de salud. Lo que, desafortunadamente, ya no sorprende. Incluso 10 años atrás, los humoristas cubanos solían tomar como tema para sus monólogos a leones del Zoológico peleados por una col. Ahora, creo que ni a reírse de ello se atreven.

A ciencia cierta hoy no sabemos cómo estará “eso”, aunque sí sabemos, guiados por cómo está «el resto», que nuestras memorias del Zoológico son otras.

Recuerdos entre rejas de una infancia en otra Cuba

En mi caso se trataba de un viaje común para hacer con mi madre. Juntas recorríamos a menudo las instalaciones del ubicado en la avenida habanera de 26. Pensar en esos momentos me esboza, irremediablemente, una sonrisa. Las anécdotas pasan desde una muy divertida donde un gorila orinaba a una chica, bueno divertida para todos menos para ella, claro, hasta otras más golosas cuando probé por primera vez mi helado preferido: el riquísimo moscatel generoso en pasas dulces.

Harán alrededor de 20 años y aunque lidiar con el transporte siempre fue una tarea difícil, la ilusión de ver a aquellos animales, de probar alguna delicia dulce y pasar unos minutos en el pequeño parque de diversiones dentro de la instalación o montar el típico trencito con su breve recorrido, lo convertían en uno de mis paseos preferidos.

El trauma de los cubanos con la comida es real, y fácilmente comprobable si hacemos una rápida mirada a las redes sociales de cualquier natural de la isla que ahora viva en el extranjero, si es recién llegado, mejor. Quizás por eso buena parte de mis memorias se centran en el algodón de azúcar, clásicamente blanco; la raspadura, que me hacía luego beber toda el agua contenida en el pomo que mi madre llevaba en su humilde bolso; o los sándwiches donde sí se veía el queso, aunque su grosor recordara esas hojas de papel recién sacadas de un paquete nuevo, perfectamente estiradas.

Luego procedo a pensar en los animales en sí; y me parece estar viendo a un gorila en particular, uno enorme, el mismo que orinara a aquella pobre chica. Por suerte en ese tiempo no había móviles, bueno en este caso suerte para ella, de otro modo hoy fuera viral y podría insertar el post a continuación. Las jirafas siempre me parecieron imponentes con su elegancia. El hipopótamo, por otra parte, no era de mis preferidos, olía raro su espacio, aunque mi madre insistía en que lo viera.

Pasar por cada jaula era para nosotras un acto de cortesía, como si aquella fuera su casa y yo tuviera que saludar a cada uno de sus miembros.

La foto con el cocodrilo bebé era todo un clásico. Yo solía tener miedo. “Mira que tiene la boca amarrada”, aseguraban las palabras de mi madre, aunque fácilmente leía su temor en la mirada y tras ver «Trampa Mortal», aquello pintaba aún más peligroso. Optaba por el paseo en poni, aunque del lomo de un bello poni blanco me diera una caída tremenda, pero eso es otra historia…

No sé qué paseos puedan evocar en los niños cubanos de hoy esa sensación que yo, sin saberlo, experimentaba cada vez que mi mamá me decía la noche previa: “duerme temprano que mañana vamos al Zoológico”. La incertidumbre de que pueda no existir un escenario así para ellos y que las carencias del día a día tomen parte de su inocencia, es un reto más que los padres cubanos deben asumir, por un bien mayor.

Yo siempre tendré esas mañanas de Zoológico bien guardadas, a la temperatura exacta, sin que les dé mucho frío capaz de congelar tan agradable memoria, pero sin acariciarlas demasiado no vaya a ser que el calor las convierta en añoranza y me haga el paso de los días aún más lento. Aunque para ayudarme a no romantizarlo siempre está mi madre que me dice “pero si el Zoológico en ese tiempo estaba en Período Especial”.

1 COMENTARIO

  1. Exelente crónica, nunca he estado en el zoológico de La Habana pues doy de provincia pero en el hecho de la inadecuada alimentación de los animales de esas instalaciones en nuestro país, por otra parte con dolor me sumo a aquellos padres( que somos la mayoría) que tienen q privar a sus hijos de una diversión sana como esa primero porque casi nunca hay dinero y tenemos que escoger entre comer, vestir, y calzar o diversión y segundo por la falta de espacios dignos y con condiciones para ese fin

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