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El boxeo soy yo

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

El niño está nervioso. Las manoplas de boxeo aterrizan en su cara una detrás de la otra. Se mueve zigzagueante a petición de su entrenador, lanza unos jabs débiles a ritmo de uno dos, uno dos, esquiva, uno dos.

Vuelven las manoplas a impactar en su rostro y en sus hombros. Su cuerpo menudo se tamborilea con cada choque. Los ojos llorosos, la cara de incredulidad, señales universales del miedo. Su profe le grita. ‘Sube la guardia’, ‘muévete al centro’, ‘el pie hacia adelante’. Cada vez que se equivoca el profe se molesta, y sin mucho tiempo a reaccionar, le pide que lo repita. Al fondo hay gigantografías de Kid Chocolate, mismo nombre del pequeño gimnasio donde Idel Torriente entrena a niños de diferentes categorías.

Acabo de llegar, está haciendo esparrin con un niño de 9 o 10 años calculo. Esparrin es la definición, mas yo siento que el objetivo real de Idel es arrancarle la cabeza del cuello a base de manoplas. Me controlo, a lo mejor soy yo, estoy seguro que soy yo, es la primera vez que entro a un gimnasio de boxeo.

En el centro del local hay un ring, donde un grupo de muchachos de mayor edad están sentados al borde observando. Uno de ellos emite una pequeña risa por el intercambio del que es testigo, pero no en tono de burla, más bien de sorpresa. ‘A lo mejor al profe se le fue un poco la mano con esa última manoplada’, puede estar pensando.

Idel para, acaban el esparrin, y justo cuando juraba que el niño se iba a echar a llorar, solo atina a decir, ‘estos guantes me pesan mucho’.

Eligio Sardiñas Montalvo, conocido como Kid Chocolate o Cuban Bon-Bon, nació en 1910 a unas cuadras del gimnasio que hoy lleva su nombre, en Santa Catalina, en el capitalino municipio del Cerro.

Tras un periplo de 10 años de carrera boxística con todos los clichés de la época: dinero, mujeres, buen vestir, clímax deportivo, debacle deportivo, derroche de dinero, todo en la época de la gran depresión en Estados Unidos, Kid Chocolate regresó a la Habana, precisamente a Marianao, donde pasaría sus últimos años siendo entrenador hasta su muerte en 1988.

Niño pobre, limpia botas, vendedor de periódicos, escogió el boxeo más por necesidad que por placer, y concluyó siendo uno de los 10 mejores boxeadores de toda la historia, aunque esa distinción no le bastaría para terminar pobre.

Ahora Idel Torriente entrena en un pequeño gimnasio que lleva su nombre y está lleno de gigantografías con su rostro.

Idel es pinareño, gloria del deporte cubano, campeón centroamericano, y medallista de los torneos Giraldo Córdova Cardín y Playa Girón. Lo retiraron justo antes de asistir a su primer mundial, porque estaba mayor, y le dieron una casa por el casino deportivo.

Me enseña fotos en su móvil de cuando peleaba, fotos hechas a periódicos viejos. En ese punto no sabía su nombre, lo pongo en internet para verificar y me sale alguien que peleó profesional hace apenas unos años, campeón panamericano y representante de Cuba en las olimpiadas de Beijing 2008. Hago un cálculo rápido, las cuentas no me dan. Insisto igual, le pregunto, ¿este es usted? -ese es mi hijo.

Hay varios niños corriendo a todos lados, madres sentadas en las gradas con pozuelos de almuerzo toreando a sus crías, ayudando al entrenador joven que en un pasado fue alumno de Idel Toerriente. Son alrededor de las 5 de la tarde, la luz entra por unos orificios en una de las paredes, suficientes para alumbrar todo el recinto. En un esquina Idel entrena el ABC a unos muchachos que parecen demasiado mayores para iniciarse es este arte, pero, otra vez, son solo mis prejuicios.

‘Ya yo estoy al terminar, ya casi me jubilo. Los niños de ahora no están para esto’. ¿Será? Fue precisamente en el año del nacimiento de Kid Chocolate cuando se fundó el primer gimnasio de boxeo en Cuba por el chileno John Budinich. 113 años después, en un gimnasio que lleva su nombre, un entrenador intenta arrancarle la cabeza a un niño, como seguramente hicieron con él hace muchos años. Al final es el mismo boxeo, generación tras generación, un ciclo que se repite sin fin. Tal vez a eso se refería Kid Chocolate cuando decía ‘El boxeo soy yo’.

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