octubre 15, 2024
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“Me da miedo que Valentina De Cuba no pueda continuar”

Texto: Jorge Suñol

Fotos: Roy Leyra

“¿Te acuerdas de mí?”, me dice Valentina en una noche habanera par de meses atrás, mientras la discoteca quiere reventarse, la gente suda y huele a alcohol, bailan los que no bailan y casi nada está prohibido. “No, sinceramente”,  le respondo a gritos. El Dj está en su mejor momento, o al menos, eso cree. “Soy Frank, de Holguín”. Abro los ojos por asombro y lo abrazo: “¿Qué? ¿Cómo va a ser?”.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que coincidimos en aquella ciudad. Le perdí el rastro. No supe más de ese muchacho que era el centro de atención en cualquier lugar, se subía a los escenarios a bailar desenfrenadamente,  llevaba casi siempre sombrero y botas altas y hacía reír a todos los que se cruzaban con él. Estaba irreconocible.

No tenía idea de que ahora es Valentina De Cuba, que anima varios clubes de La Habana, que duerme mucho por el día para estar radiante en las madrugadas, que debe escoger los vestidos y las pelucas, maquillarse, montar una coreografía y armar un show digno para el público. Y que la aplaudan, para sentir que lo ha hecho bien y que “este mundo” es una gran oportunidad para ser artista.

“Ha sido una manera de encontrarme”. Así me responde el porqué de ser transformista. “Lo volviera a elegir una y mil veces. Aunque parezca algo loco, Valentina ha sido el personaje que me ha ayudado a ocultar y, a la misma vez, explotar muchas cosas que yo mismo no sabía que podía hacerlas”.

Antes de llegar a este punto, antes de verla actuar por primera vez,  arrastrarse por el escenario y terminar casi sin respiración; antes de contar la historia de su desmayo en el Bar Pachá que le provocó un contrato fijo, vamos un poco atrás: cómo surgió este personaje, cómo fue y es su relación con su familia y cómo se recuerda de niño.

El nombre de Valentina tiene una razón: se debe a James Andrew Leyva o Valentina en el mundo drag queen, una estadounidense de ascendencia mexicana que participó en RuPaul’s Drag Race y se ha convertido en toda una celebridad. Al punto, que será una de las anfitrionas del Drag Race México, previsto para estrenarse en junio. “Obviamente De Cuba, porque es mi país. Aquí es donde nací. Valentina siempre será Valentina De Cuba”, se sobreentiende.

Fue siempre así: “hiperactivo, extrovertido, elocuente, histriónico,  exagerado…”. Ahora se nota más, sobre todo cuando actúa, juega con el público y se tira en tacones de un piso a otro, como si estuviera en un circo, pero esto, no es un circo, es un show de transformistas y uno no puede quitarle la vista, en medio de tantas lentejuelas.

“El mago nunca revela sus secretos”, escribe en el chat de WhatsApp, cuando pretendo indagar sobre el trabajo que hay detrás de cada espectáculo. Termina diciéndome: “Trato de prepararme de la mejor manera para brindarles un buen show al público, que es y será siempre mi inspiración, los que hacen que mi personaje tenga ganas y fuerzas, una y otra vez”.

Aunque lleva poco tiempo siendo transformista, tiene claro lo que quiere y cómo lo quiere: “Me ha ayudado a salir adelante y he aprendido mucho. Es un arte que se hace o se debe hacer con el corazón, lleva mucho sacrificio, dedicación y tiempo”.

“Cuando uno empieza en este mundo va adquiriendo conocimientos y desenvolviéndose de una manera espontánea. Al principio me cohibí mucho por tenerle miedo al público. Pero fui creciendo como artista y tratando de tener esa conexión con el público. Tratar de hacer de mi personaje un personaje único,  que llegara y se sintieran identificados con mi arte”.

Valentina De Cuba agradece mucho. De hecho, lo hace casi en cada pregunta que le hago. Ahora mismo, tiene mucho trabajo en la semana. Se presenta habitualmente con El Divino de Cuba: “Aquí quiero hacer una pausa para agradecer a este proyecto que me abrió la puerta para crecer como artista y hoy poder ser lo que soy. Ya saben, los sábados en el Café Cantante del Teatro Nacional de Cuba”.  

Invita, también, al Club Amanecer, con el proyecto La Favorita y a otros espacios en clubes nocturnos como el Pachá Habana, cada lunes en el vedado habanero. Un paréntesis. Ahora se ríe y me suelta la anécdota que contó en la primera noche diversa de este nuevo espacio, delante de todo el mundo: 

“Me marcó como nada en la vida. Yo venía de otro trabajo y llego al bar Pachá.  Me tocaba salir. Salgo,  hago mi presentación y cuando estoy yendo para el camerino, me desmayo. Solo sentí que me caí y me quedé ahí, en cero. Al rato volví en sí. Fue provocado, quizá, por falta de alimentación. Ese día no había comido nada. He arreglado ese aspecto ya, por suerte”.  Muchos pensaron que el desmayo era parte de la actuación. Poco después, la llamaron de ese bar y la contrataron fija.

No menciona un nombre concreto sobre sus referentes en el mundo drag en Cuba: “Son las artistas más conocidas como Divas del transformismo”, así sin más, para evitar celos entre unas y otras: “El referente exacto para saber cómo era antes el transformismo,  cómo se vivía y cómo evolucionó el transformismo a través de ellas o con ellas. Me siento muy identificado, porque he aprendido de todas estas Divas y aún sigo aprendiendo. He tenido el placer de conocer a muchas y a otras de seguir su carrera hasta hoy”.

La Habana ha sido el lugar donde ha podido materializar varios proyectos y fortalecido su personaje: “Me ha dado la oportunidad de crecer, conocer, aprender y descubrir más qué hay detrás de Valentina”. Pero fue difícil adaptarse y salir de Holguín, aunque no era la primera vez que dejaba a su provincia para hacer su vida:

“Fue un choque muy incómodo. En La Habana hay una manera de vivir muy única, que no existe en Oriente. Pero eso me sirvió para prepararme y fortalecerme. Pasé trabajo al principio, pero con el tiempo fui adaptándome más a esta ciudad y a su gente”.

***

Si acudes a uno de sus shows te darás cuenta de algo: su destreza en el baile. Me atrevería a decir que hoy por hoy, en la escena tranformista cubana, pocas bailan y conciben un espectáculo así.

“De niño siempre me gustó bailar, estar en todo lo que fuera arte. Siempre decía que yo quería ser artista, estar en ese mundo, rodeado de personas de la televisión, del espectáculo, del cine, de la radio. Me quería mezclar”. Pero nunca estudió en una escuela de arte.

A su padre solo lo menciona en una línea de las respuestas, cuando era muy pequeño y se divorció de su madre. No más. Su madre, desde entonces, fue también su padre. “Tú eres mi hijo, me decía ella. No hay nada en el mundo que tú pienses o que tú quieras o no hay un gusto que cambie mi manera de pensar, de aceptarte, adorarte y apoyarte”.  

Como muchos fue víctima de bullying: “A muchos niños desde chiquito se les nota. Se les ve esa manera de expresarse y sentirse, de ver la vida. Yo me sentía un forastero. Pensé que yo no era de este mundo. Fui criticado,  me gritaron cosas. Me sentí maltratado verbal y psicológicamente y eso me afectó mucho. Pero fue la base de mi fortalecimiento. En ese momento la enfrenté llorando. Me desahogaba así, a solas. Todo esto me dio fuerzas para hacerme de hierro y poder seguir en la vida”.

Su mayor miedo, ahora mismo, es que al público no le guste su arte: “Que no llegue lo que quiero expresar. Me da miedo quedarme estancado en el tiempo,  no evolucionar en mi personaje. Me da miedo que Valentina no pueda continuar”.

Para concebir sus presentaciones se nutre, sobre todo, de las redes sociales. Busca referentes en el mundo del baile, la música y el teatro. Y trata de adaptarlas a su estilo. No tiene preferencia por alguna artista o canción: “Todas las canciones son especiales, me marcan por su significado y la manera en la que nos hace reflexionar”.

Hay un punto en que coincidimos los dos: su energía sobre el escenario. “Ha sido muy gratificante la aceptación no solo del público gay, sino la de todo tipo de público. Sentirme realizado en cualquiera de los espacios. He aprendido mucho sobre esta cultura y me ha servido también para hacer amigos y familia. Cuando pasas o te mantienes en este mundo por mucho tiempo haces como una familia. Es muy lindo vivir esto. Tengo que agradecer a este personaje de Valentina por haberme ayudado a encontrar muchas cosas que parecían imposibles”.

“El transformismo lo veo progresando, pero soy partidario de que, tal vez, podíamos abrirnos más o buscar más conocimientos. Debería renovarse, dar un cambio, sin olvidar la esencia y las raíces,  sin olvidar a las personas que han hecho por el transformismo. Hay personas que han luchado por este arte para que se mantenga en pie. Tal vez no soy la mejor persona para hablar o comentar al respecto, llevo poco tiempo. Todos los días aprendo más de este mundo, pero creo, y siento, que el transformismo en Cuba es muy respetado y muy querido y, sobre todo, muy diferente”.

A Valentina le gusta el mar tanto como recorrer las calles de La Habana. Dice que le transmiten cierta paz, una tranquilidad en tiempos de caos: “Creo que nunca podré cambiar esto de mí”.  Este 17 de mayo seguro saldrá a bailar,  a mitad  de la noche, con peluca o no, con tacones o no, con o sin lentejuelas, lo que quiere es sentirse libre y armar una fiesta, y celebrar que ha valido la pena el camino, y que vendrán, seguramente, muchos escenarios en donde pueda arriesgarse.

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