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El Clásico baja sus cortinas con un final de película y tres cubanos en roles protagónicos

Foto: Megan Briggs | AFP

Texto: Raúl del Pino

El último lanzamiento de Shohei Ohtani a Mike Trout probablemente se convertirá en uno de los momentos más icónicos de la historia del deporte universal. Slider a 87 millas por hora del unicornio japonés, swing al aire de su compañero en Los Ángeles. Tercer strike para el capitán del Team USA y el Samurai Japón se proclama campeón del Clásico Mundial… Ni el guión de una película hollywoodense.

El duelo que todos soñaban se dio, nada más y nada menos, que en los instantes finales del juego decisivo. El desenlace pudo ser otro pero la suerte ya estaba echada. No hay equipo en el mundo mejor que el nipón, como tampoco existe otro jugador que se le acerque a Ohtani, ni siquiera su amigo Trout.

Muy lejos todavía de compararse en popularidad mundial con el fútbol o el baloncesto, la quinta edición del magno torneo organizado por WBSC y MLB confirmó la magnífica salud de la que dispone el béisbol. El certamen de 2023 hizo que valiera la pena los seis años de espera desde el anterior. Ahora, la buena noticia es que para el próximo solo tendrá que pasar la mitad de ese tiempo.

Con el legendario triunfo de Japón, invicto en los siete partidos que disputó, bajan las cortinas de un evento donde Cuba asumió un rol protagónico como no sucedía desde la primera justa en 2006. El conjunto inmortalizado bajo el calificativo de Team Asere regresó a las semifinales con una nómina que incluyó por vez primera a peloteros sin vínculos con la Federación Cubana y con experiencia en Grandes Ligas.

Clasificados primeros de su grupo luego de haber tenido pie y medio fuera, las expectativas de los millones de cubanos repartidos por todo el planeta se dispararon cuando el equipo alzó vuelo para la ronda final en la ciudad de Miami. La presencia en el mismo corazón del exilio antillano de una selección a la que acusaban de representar al gobierno de La Habana provocó que para muchos el béisbol quedara en un segundo plano.

La primera semifinal enfrentó sobre la grama del estadio de los Marlins a Cuba y Estados Unidos, pero en el terreno extradeportivo puso a cubanos contra cubanos, con el escenario de las redes sociales como principal campo de batalla. Seguramente los propios peloteros norteamericanos hayan sido los primeros en preguntarse por qué algunos aficionados caribeños abucheaban a sus propios jugadores, pero es una interrogante que trae una larga historia como antecedente, con heridas abiertas en una y otra orilla del estrecho de la Florida.

Uno de los que carga con alguna de esas cicatrices es Randy Arozarena, el mejor jugador cubano de todos los que participaron en el torneo, pero que no jugó por Cuba. Sin embargo, ni las botas o el  sombrero de charro que usaba en la previa de cada juego, lograron que la estrella de México dejara a un lado su personalidad distintiva de la mayor isla del Caribe. 

Lo cierto es que aunque el jardinero y primer bate de la tanda azteca hubiera querido ganarle a su país de nacimiento en la final, ni un solo cubano pudo sentirse indiferente con su brillante actuación. De no haber coincidido con un ser extraordinario como Shohei Ohtani, lo más seguro es que Randy se hubiese llevado el premio al Jugador Más Valioso.

Junto al de Arozarena, los nombres del antesalista Yoan Moncada y el lanzador Miguel Romero, de los Chicago White Sox y Kansas City Royals, respectivamente, también ocuparon un lugar en el elenco Todos Estrellas.  Así, Cuba fue la nación que más peloteros aportó a la novena ideal del torneo, aunque uno de ellos defendiera los colores de otra selección.

Una vez decretado el último out del Clásico, es el consenso general tanto de prensa, aficionados como jugadores que este ha sido, sin dudas, el mejor de la historia. Costará algún tiempo asimilar lo que acaba de ocurrir, pero el tiempo pasará y más temprano que tarde estaremos en 2026 para volver a vivir algo así.

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