abril 26, 2024
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¿No te duele?

Fotos: Jorge Luis Borges

Texto: Jorge Suñol

La alarma me lo dice, me lo canta, es Van Van: “Nadie quiere a nadie, se acabó el querer”. Lo sé, es un estribillo gris, pero mi amiga se ha empeñado en usarlo, como para sufrir más, sentir más la ausencia de “vida social” (entiéndase, para ella, una cola de fiestas, cafés, playa, piscina… y viajes.

Lleva días en eso, levantándose con el temita, como un tatuaje de cada mañana, la cafeína obligatoria. Y yo, que me quedo de vez en cuando en su casa, hoy amanecí con un sobresalto, que pa´ que. Enseguida le explico.

Omito el mensaje claro de falta de cariño vanvanero, y solo me concentro en ese tumbao, que sale de aquella bocinita. A veces me he puesto a bailar, y así, cuando abro los ojos me entra la locura, para que el día venga con energía y que lo malo se vaya, pa´ allá, pa´ allá… Y la otra, enredada en las sábanas, se pone en lo mismo. Nada, que la alarma “sin afecto” ha causado su efecto: despiértense todos.

De desamor, precisamente, no hablaremos aquí, aunque pudiera decirse que lo que ocupa estas líneas es una de sus consecuencias. La gente cuando no ama, por lo general, se vuelve insensible, dura, un poco fría. Por lo general, repito.

Los que aman y son amados, llenos de placer y cariño, se tornan excesivamente amables, exponen sus sentimientos, sufren cuando no están cerca de lo que les ha alegrado su tiempo. Y ahí está la cuestión, en sufrir, sentir el dolor de algo que ya no está, o que anhelas, en llorar cuando estés triste o te pasó algo desorbitado. Sin embargo, algunos, olvidan esas heridas, se ponen escudos, se vuelven indolentes.

La indolencia invade la sociedad, se mete en oficinas de directivos y subordinados, colas, horarios laborales, guaguas cotidianas. Ha llegado para que la gente haga los cosas por hacerlas, sin ánimos, ni creatividad, sin esfuerzos, ha llegado para que la negligencia y el incumplimiento de las obligaciones se tornen común. Y eso, merece -cuando menos- un llamado de atención.

De apáticos, perezosos, insensibles a cualquier conmoción se han tildado a las personas indolentes.  Para aportarle más claridad al asunto, es lo contrario a la solidaridad, empatía, el apoyo, que une a los individuos de una sociedad o familia.

Seguro habrá llegado a cualquier lugar, de cualquier naturaleza, y la persona que le atiende; porque quizá tiene un mal día, o porque no le pagan lo que le deben de pagar, o porque no tiene deseos de trabajar, le importa poco ser eficiente en lo que hace; le trata mal, ofrece un mal servicio, es irrespetuosa… Es común este panorama, y claro que el cliente sufre.

Mucho se habla de compromiso, muchas consignas llenan paredes, muchas alabanzas a la calidad y la sostenibilidad, pero una sociedad, un país, no se puede construir cuando a la gente le da lo mismo ocho, que ochenta; cuando la inercia contamina la ciudad, cuando el reguetón está a las 7:00 am por encima de los decibeles. Este tema tiene mucha tela, de todos los colores y todos los tipos. Pasa por niveles objetivos y subjetivos, es evidente.

Critales en La Habana

Habría también que pensar por qué algunos han tomado esa postura, analizar las condiciones de trabajo, las relaciones humanas con el resto de los trabajadores, los estímulos, o la falta de estímulos, en fin, mediaciones. Sin embargo todo ello no justifica que cada cual desde el puesto en que se encuentre deba hacer lo que le toca, y hacerlo bien, dedicarse, asumirlo.

Puede que un día aceptes un pinchazo de algún indolente. Pero cuando se vuelve cotidiano, es deber una denuncia, unas líneas atentas, una alarma, que despierte de la zona “dura” a los que tienen, al parecer, un corazón de piedra, y no sufren ante el dolor ajeno, ante su propio dolor. 

Ya se lo dije a mi amiga ¡Cambia esa alarma mi chuli! Y ella, insiste, hasta que tenga novio, como para torturarse. Ya vendrán los días en que se despierte con canciones cursis, y entonces contaremos otra historia ¿Sentiste algo?

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