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Pesadillas pandémicas

Foto: Manuel Larrañaga

Texto: Jorge Suñol

Sentía que me faltaba algún pedazo. Abría y cerraba el Word desenfrenadamente. Ni una línea aparecía, ni un solo gesto que me ayudara a llenar, como antes, la hoja en blanco. No es drama, ni rimbombancia, no es una cuestión sencilla de decir y escribir. No para los que arriesgan o intentan tanto mediante palabras. Para los que escriben y no sienten los verbos, es sencillamente fácil, rutinario, y hasta esquemático.

Sentía que me desvanecía, que a estas alturas ya no podía atacarme y acribillarme a preguntas. Y sentí mucho miedo, miedo a perder la sincronía y el equilibrio, miedo a que no me escuchen, no me tengan en cuenta, miedo al fracaso.

Era como si me martillaran la cabeza y luego cogieran un taladro y me hicieran agujeros en el cerebro. Es confuso, pero más de una vez soñé con eso, soñé que perdía y que sangraba. Lo más triste de todo era que no me dolía, no me importaba nada. Coño, me estaban matando, y no me importaba vivir. Aquello era masoquismo absoluto.

Ya sé que todos tenemos pesadillas, que nos despertamos en plena madrugada agitados, y suerte si tenemos a alguien al lado para que nos calme. Pero las veces que he soñado con aquello no me he despertado, me quedo quieto, intacto. Y no entiendo por qué aquella mujer me lo hace. No hay antecedentes. Todo empieza con el ruido del taladro y yo sentado en un cuarto oscuro. Después, la tortura. Y no sé por qué no me aterro, porque estando despierto, ese sonido me desespera.

He comenzado con una cruel pesadilla. Pido disculpas entonces por poner más gris estos días de pandemia. Pido disculpas porque en vez de contar sueños gratos, y dar esperanzas, cuando nos sumergimos en la incertidumbre, y rezamos, y rogamos, y lloramos y pedimos que esto acabe, yo he venido con esta película de terror. Pero debí contarlo, porque si no lo hacía iba a traicionarme, porque quizá tú tengas las tuyas y te dé miedo contarlas. Fue eso mismo lo que provocó sentarme y decirlo, fue romper la barrera y gritar mis pensamientos.

Jamás he tenido tanto tiempo para soñar, eso incluye todo tipo de sueños posibles. Jamás he dormido tanto como lo he hecho en estos meses de confinamiento. Jamás he estado tan conectado al móvil descargando series y películas y leyendo algún que otro texto que capte mi atención. Jamás he engordado tanto como en este tiempo. Jamás he llorado, he reído, he amado tanto como en esta COVID-19.

Cuba va y viene. Unos días mejor, otros peor, batiendo récords. Las curvas suben y bajan. Las colas, el nasobuco, los memes, una novela de la que ya nadie habla, las tiendas en MLC, la unificación monetaria, la gente quejándose del desabastecimiento, los coleros, las indisciplinas, la policía y las multas, la cuarentena. Cuba espera el parte de Durán, los 100 millones de la Soberana 02, las mesas redondas con medidas.

Les confieso, hace mucho tiempo no duermo plácidamente, que no pego la cabeza en la almohada. Me lo dijo hasta un babalao. Quiero levantarme y ver que he despertado de esta pesadilla, que la gente anda feliz por las calles, abrazados, con otros rostros, con otra dinámica; que el coronavirus acabe de una vez y estemos menos preocupados, y que como dijo una vez una amiga, nuestra vida no se rija por números: de positivos, de muertos, de altas médicas. Pero aún, muchos, no son conscientes del peligro y del riesgo.

Por supuesto, no quiero, nadie quiere, tener más pesadillas que me torturan, que me corten el aliento y las ganas de escribir. Si algún día sueño el por qué estoy preso y me asesinan, les diré el delito que he cometido. Hasta entonces, soy inocente.

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