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Adrián Socorro: “Tengo que vibrar yo con mi pintura. Si no tiemblo no hay aplausos”

Fotos: Cortesía del entrevistado

Texto: Mayté Madruga Hernández

A Matanzas le va llegando la vida poco a poco, incluso antes de la pandemia, la ciudad intentaba que sus habitantes disfrutaran de la antigua gloria que le dio el nombre de “Atenas de Cuba”. Pero antes de ese esfuerzo gubernamental y de las esperanzas de los matanceros, ya Adrián Socorro estaba ahí, con su pintura y su galería-taller.

Este artista visual tiene claro, como muy pocos, conceptos como inspiración, disciplina, arte y mercado y sobre los mismos, Socorro accedió a conversar con Cuba Noticias 360.

Has expresado que el mercado del arte es débil en Cuba, ¿qué ideas y pasos crees que pudieran darse para fomentarlo?

Para empezar, opino que deberíamos darle el sentido correcto a la palabra Mercado en tanto al arte se refiere. Por experiencia, vamos a decir que visual, no sé, de costumbre o de paseo, la mayoría de la gente puede creer que estas ferias pertenecientes al Fondo Cubano de Bienes Culturales, donde se promueve lo más pintoresco y artesanal de la pintura, sería una aproximación al Mercado. Nada más lejos. He llegado a ver en una galería obras de alto vuelo y justo al lado una percha con cintos, otra con botas de cuero y un tin más allá camisas entintadas y otras distracciones. Por tanto, Mercado lleva desde el inicio organización.

Para que exista mercado del arte en Cuba lo primero sería desmitificar el carácter casi imposible de una obra de arte. La vida lo demuestra. Los cubanos gastamos grandes sumas de dinero para pasar tres noches en un hotel, tranquilamente 5000 CUP. Nadie estaría dispuesto a pagar tal suma por una pintura, escultura o cualquier obra de arte en sí. Cuando lo primero significa un gasto y lo segundo es en sí una inversión si lo miramos con perspectiva de “mercancía”. O sea, esos 5000 que pagaste por el cuadro y te privaste de esas “vacaciones” de sol y playa, pueden perfectamente, en poco tiempo y en dependencia del artista proporcionarte en vez de 3 noches, 3 semanas. Por lo que hay que trabajar también en la educación de las personas en cuanto al arte y su consumo.

En las ferias o “fieras” del arte cubano, rara vez encuentras buenas obras, pero las hay. A su vez, estos eventos condicionan la mente del artista y le ponen un límite muy cerquita: si no pinto un almendrón o una mulata provocativa fumando un tabaco entonces no venderé. Nada más lejos. El día a día demuestra todo lo contrario. Las casas taller—estudios convertidos en galerías han puesto sobre el tapete la riqueza y el potencial de la creación. El arte que se produce en Cuba está ahí.

Para que surja un Mercado del arte en Cuba, a mi criterio, necesitamos poner en función de esto primero educación, para que desde pequeños entendamos que cuando vayamos, por ejemplo, a decorar nuestro hogar -para poner el más común y cerquita de todos los ejemplos- en vez de ir a comprar un cuadro de esos de plástico, vayamos al estudio del artista primero, a comprar la obra verdadera allí, o a una galería de arte, una de verdad, y que esto sea sinónimo de bienestar y planificación. O sea, educar en la importancia de preservar la cultura a través del arte y cómo adquirirlo lo legitima y lo hace posible. Esta labor educativa la extiendo a las instituciones. Se me derriten los oídos de escuchar sobre el coleccionismo institucional. O sea, que parte del presupuesto con que cuentan los territorios se dedique a abrazar en sus colecciones lo más auténtico de la producción artística de cada territorio. Y no sucede salvo algunas excepciones. Resumiendo: el mercado del arte en Cuba necesita educación, intención y organización. Porque el producto está. De toda la vida.

En ese sentido, ¿cómo ha afectado la pandemia a tú trabajo?

La pandemia ha sido un desastre a nivel mundial. De ahí en adelante empieza a llevar eso a las individualidades. En mi caso ha sido súper este periodo. En mi situación personal tengo un estudio que está insertado en el circuito más importante de mi ciudad, la calle Narváez. En tiempos normales mi espacio es visitado constantemente por turistas curiosos, que se sienten atraídos por el olor a óleo, los colores y la vida misma del interior del estudio de un artista. Esto, de alguna manera siempre te impone condiciones. Sabes que tienes un público constante y variado que te va a visitar todos los días. Y sin darte cuenta vas creando una parte de tu obra para intentar satisfacer a las generalidades. Pues el artista y su familia tiene que alimentarse y hay que tener siempre al alcance la posibilidad de adquirir materiales. O sea, no vendes— no pintas—no comes. Básico. Pero la pandemia le dijo adiós a todo eso. Y lo que quedó fue un periodo de libertad increíble para crear. No hay atadura a nada de eso y me he permitido pintar a mis anchas. Definitivamente cuando esto pase será otro Adrián Socorro el que verás en in lienzo.

Hablas siempre de la disciplina al pintar, ¿cómo lo relacionas con la inspiración?

La disciplina es vital. No me canso de decirlo a los estudiantes que entran a mi estudio. Sin disciplina poco o nada vas a lograr. Estuve una vez casi un año sin pintar. Nada. No me “venía la musa” y un amigo muy cercano me dijo que tenía que disciplinarme. Que tenía que crearme el hábito de estar todos los días en mi estudio o en ese rinconcito que tenemos en casa para pintar. Como mismo hace un médico, un maestro, todos. Así mismo es para el artista. Desde ese día en adelante no he dejado de pintar un solo día, excepto los fines de semana que trato de dedicárselo a la familia. Muchas veces no tengo deseos de pintar, “no estoy inspirado” y aun así bajo a mi estudio y me pongo a organizar, a barrer, a preparar un lienzo, a hacer trabajo de estudio (disciplina) y al final del día pinto una obra, o sea, sin querer te propuse una fórmula aquí. Disciplina + inspiración = resultado. Y por más que inviertas los elementos, siempre funcionará.

¿Cómo has insertado tus redes sociales para monetizar tu obra?

Cuando empezó la pandemia ya estaba acostumbrado a crear con gente presente. Gente mirándome pintar. Me acostumbre a una especie de “show” para decírtelo rápido y mal. O sea, “allá en Narváez hay un garaje que puedes entrar y ahí está el artista pintando en vivo” me fui, raramente, acostumbrando a esto. Digo raro porque no es común acceder a la intimidad de un artista y sus procesos creativos. Por tanto, encontré en las redes esa interacción, ese intercambio con los otros. Conocí a muchos colegas que de no ser por esta vía no sé cómo ni cuándo hubiésemos conectado.

¿Cómo definirías tu taller estudio dentro del panorama de reanimación de la ciudad?

Lo definiría como un laboratorio de pintura permanente. Ahí pasa algo todos los días. Y esto, insertado en todos los procesos de reanimación no es difícil imaginarlo como un rinconcito siempre vivo. No sé, me gusta pensar que los otros entiendan que aquí se crea constantemente y que eso aporte al disfrute de los demás. Ser parte del día a día de la gente.

¿A medida que pasa el tiempo qué lugar van ocupando las influencias de otros artistas visuales en tu obra?

En los inicios de un artista las influencias de otros son claramente visibles. Uno mismo se detiene en ello. Con el tiempo vas adquiriendo más y más información y empieza a ocurrir una especie de lluvia de ideas y se te abre todo un universo de posibilidades. Luego vas madurando y nace entonces tu propio estilo, tu propio lenguaje. Yo podría decirte que ahora, a mis 42 años es que estoy hablando con voz propia en mi obra. Y aun así no me cierro a nuevas influencias como también acepto ser yo la influencia para otros artistas. Cuando descubres eso se vuelve a abrir otro portal más hacia la creación y te das cuenta que es un proceso de búsqueda infinita.

Te nutres de otras manifestaciones artísticas para tu obra. ¿Pudieras racionalizar un poco cómo ocurre este proceso?

El teatro me cambió la manera de asumir mis temáticas y figuraciones. Hace exactamente diez años tuve la oportunidad de hacer escenografía por primera vez, en esta ocasión fue para la obra “Por gusto”, un texto de Abel González Melo, con puesta en escena por Pedro Franco, en aquel entonces nacía lo que es hoy Teatro El Portazo. Luego vino “Antígona”, de Yerandi Fleites. Y para rematar uno mi vida en el amor junto a Sonia María, actriz de alma entera. En mi casa todo es teatro. Al realizar estas escenografías me introduje en el mundo de los procesos teatrales. De descubrir a la persona tras el personaje. De esperar a Sonia en el camerino y ver cómo ocurre la vida allí. Eso le dio una vida y dotó de experiencias visuales y vividas que hasta el sol de hoy acompañan mis pinceladas. Mi pintura es teatral hasta en una simple flor. Necesito que me provoquen a mí, que me perturben a mí. Soy público y creador al mismo tiempo. Me tengo en cuenta como el primer ser humano que ve un cuadro mío terminado. Y esa responsabilidad es grande. El teatro me aporta esa exigencia permanente. Tengo que vibrar yo con mi pintura. Si no tiemblo no hay aplausos.

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