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La simpleza de morir

Foto: Roy Leyra

Texto: Manolo Vázquez

La recolectora de sueños, que en la cultura popular se representa con una túnica negra que le cubre desde la cabeza hasta los tobillos, ha estado tan ocupada durante los últimos tiempos, que bien podría tomarse unas sabias vacaciones cuando la COVID-19 desaparezca.

Y no es menos cierto, morir es tan común que solo basta con estar vivos, pero los números de la tasa de mortalidad que se reportan desde casi todas las latitudes son alarmantes. Han sido meses en los que de cualquier lugar llegan los reportes de cementerios extendidos, funerarias colapsadas o turnos de espera para crematorios.

Encima de ello, la soledad que envuelve a quienes viven sus últimos días padeciendo la enfermedad, agrega un matiz aún más triste al hecho natural de fallecer. Alejados del abrazo, de una reconocida voz, y hasta incluso de ese aliento que, si bien no detiene el suceso, al menos alivia no solo al enfermo. Cuando una mirada se fusiona entre las lágrimas de alguien cercano, y no se envuelve en el silencio y la oscuridad de una sala de terapia, rodeado de desconocidos, la partida hacia ese “más allá” enigmático debe ser mucho más serena.

Hoy incluso en Cuba nos enteramos muchas veces tarde de quienes han muerto, pues los casos y defunciones son solo números y estadísticas. La misma distancia y los problemas que afrontamos entorpecen el contacto con familiares, amigos, conocidos o compañeros de trabajo. Por demás, vivimos en un contexto saturado de medios informativos que parecieran producir solo nuevos disgustos con cada noticia, y hasta las redes sociales se encargan de embutirnos contenido chatarra, que también nos separa del mundo real.

Aunque en algunas naciones la vida parece retornar a la normalidad, las muertes por COVID-19 incrementaron mucho más en Cuba con respecto al pasado año, sobre todo a raíz de las nuevas variantes, principalmente la denominada Delta, que inició en Maharastra, India. Su rápida expansión unida al aumento de casos deja por claro que se trata de una versión del virus mucho más transmisible, pues ya se extiende a 170 países.

La media diaria de casos de SARS-CoV-2 en el país transcurre entre 8 000 y 9 000 contagiados, y las defunciones rondan los 60 y 70 cada jornada. Hasta el 17 de septiembre, según datos del Ministerio de Salud Pública, 792 933 pacientes se mantienen positivos a la enfermedad y de ellos se encuentran ingresados 39 079. Una situación que según varios expertos pudiera agravarse en el próximo mes de octubre, aunque oficialmente no se ha dado a conocer la información.

Lo cierto es que el largo período pandémico, que inició en la isla en el mes de marzo de 2020, parece no llegar a su fin por el momento. En tanto, nos preocupamos un poco más cada día, pero al mismo tiempo no podemos dejar de cumplir con nuestras obligaciones cotidianas, donde siempre nos espera el virus que ya podemos considerar en mayor medida mortal, que no tiene en cuenta quiénes somos para tomarnos de la mano y terminar con nuestra historia en esta dimensión.

Un poco de compasión sí vendría muy bien, de parte de las autoridades por ejemplo, que deberían dejar de promover la idea del poco cuidado de los ciudadanos, sobre quienes recae la responsabilidad, o más bien la culpa, cuando por lo general el contagio pareciera casi inevitable, sobre todo en nuestro país, donde la condición de vida de la mayor parte de la población roza niveles poco lucrativos, así que las exposiciones a las diversas formas de contraer la enfermedad son mucho más probables.

Y cerca de allí nos contempla la muerte, desde la oscuridad que genera su negra túnica, y con la promesa de enseñarnos el último sendero. Solo en Cuba su lista asciende a 6 676 fallecidos hasta el momento, y lamentablemente todo indica que seguirá sumando, por lo que nuestra aterradora visitante tendrá que esperar un poco más para sus tan deseadas vacaciones.

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