mayo 13, 2024
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Que cosa la costurera

Foto: Jorge Luis Borges

Texto: Redacción Cuba Noticias 360

Sentadas lo mismo en máquinas de coser Singer, dando pedales hasta que los músculos de las piernas dicen «hasta aquí»; que en modernas máquinas eléctricas, las costureras cubanas siguen siendo esos personajes populares imprescindibles en cada barrio del país, donde resuelven más problemas que la depauperada industria textil.

Es un oficio prácticamente en desuso en el mundo, porque en cualquier sociedad existe ropa suficiente y accesible a todos los bolsillos, desde los modelos encargados por los millonarios al más excéntrico diseñador, hasta las prendas vendidas a precio de ganga, algunas que, incluso, no tienen nada que envidiar a las de marcas renombradas.

Pero en Cuba las ofertas baratas son casi inexistentes, ante la imposibilidad de la industria ligera nacional de desarrollar líneas textiles de calidad y porque el propio Estado pone precios de boutique a la ropa importada que vende —por ahora únicamente— en las tiendas por MLC.

De modo que el cubano queda a merced del mercado informal, donde un pantalón puede costar su peso en oro y un simple vestido, solo por ser de la marca Shein, vale 3 000 ó 4 000 pesos. A ese paso, no resulta raro que en Cuba las costureras estén lejos de desaparecer.

El protocolo es por lo general el mismo, ya sea en un municipio de la capital o del interior del país: la persona valora qué tipo de arreglo debe hacerle a su prenda de vestir y, lo más importante, se asesora sobre qué costurera es la indicada. Cuál es la más curiosa, para emplear el término al uso en el argot popular. Luego viene el período de espera, porque casi siempre la más curiosa es también la más solicitada y el cliente debe aguardar entonces por que avance la cola.

Algunas han llegado a diseñar sus propios modelos y han montado talleres más sofisticados, pero la mayoría sigue ejerciendo ese oficio con una mezcla de humildad y sentido comunitario que les permite, además de conocer vida y milagro de sus clientes, fiarles y hacer rebajas que serían impensables en los tiempos que corren.

Coger dobladillos, ajustar los uniformes de todos los niveles de enseñanza que suelen venderse sin cuidar mucho las tallas, convertir vestidos viejos en pañitos de cocina o actualizar prendas pasadas de moda clasifican entre las actividades más solicitadas a estas artesanas que no siempre tienen licencia porque, más que pagar ellas el fisco, es el Estado el que debía estarles en deuda por su contribución a perpetuar una tradición doméstica y, sobre todo, por ayudar a los cubanos a mejorar su guardarropa.

Y es que, en un escenario como el que vive la isla, con precios estratosféricos para acceder a todo, si hay que escoger entre un paquete de pollo y una blusa nueva, siempre habrá quien repita sin pensarlo dos veces el estribillo de Van Van: que cosa la costurera.

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